Sunday 18 May 2014

❦ Remembrance of things past ❦


La primera vez que comencé a trabajar en esa casa tenía diecinueve años, si la memoria no me falla. Corría el año 1899. Fue un año difícil para nosotros;  tras la muerte de nuestro padre tuvimos que buscar distintas maneras de subsistir. Mis hermanos hacían lo que podían trabajando en las fábricas, pero cuando cumplí los dieciocho decidieron que mientras no consiguiera un marido que pudiera sustentarme, debía contribuir con lo que pudiera a la familia.


La casa me dejó sin aliento la primera vez que pisé sus grandes jardines. Se trataba de una gran casona de quizás mitad de siglo, y para mi que solo había visto las pequeñas viviendas de los barrios bajos de Londres, se parecía a un gran castillo.




La aldaba, aunque algo polvorienta, parecía tan firme como el primer día de utilizada. Me recibió la doncella superior, una mujer de mediana edad y cabello gris, que me hizo pasar directamente a las cocinas.


No conocí al dueño de la casona hasta aproximadamente una semana de haber trabajado como mucama. Lo crucé mientras llevaba un jarrón con flores frescas a la sala de estar. Se trataba de un hombre mayor, supuse yo que incluso podía tener nietos.   Era alto y muy delgado, y se notaba en su forma de caminar la firmeza y decisión de un hombre que no acepta tonterías.


Lo conocí mejor  a lo largo del siguiente mes, y descubrí que no solo aparentaba ser centrado, sino que también era sumamente inteligente.  Tenia una memoria impresionante, mejor incluso que la de sus empleados más jóvenes.
Un día recuerdo, que mientras fregaba el suelo de las cocinas, escuché el sonido agudo de una cajita musical. Era una melodía preciosa, que yo nunca había escuchado, y me pasé tarareándola todo el día. Dos noches después, mientras le llevaba el té al señor de la casa, volví a escucharla.


Provenía de la biblioteca.


El señor no solo era vivaz y astuto, sino que también adoraba leer. Su biblioteca estaba casi por completo tapizada con libros. Filosofía especialmente. Al abrir la puerta, lo encontré sentado en su sillón favorito, y en una mesita cercana, descansaba la fuente de esa melodía tan extraña. Se trataba de una cajita de madera, cuya tapa estaba adornada con bellas flores rojas y blancas pintadas.


Casi por reflejo, comencé a tararear la cancioncilla, pero avergonzada callé antes de dar otro paso. Él no pareció notarlo.


“Aquí está su té, señor” murmuré mientras cruzaba la habitación con rapidez y reposaba la bandeja de plata sobre su mesa ratona.


Él pareció sorprendido, como si no se hubiera percatado de mi presencia, y se retiró los anteojos de la cara.


“Muchas gracias” tomó la taza de la bandeja y le echó un cubo de azúcar. Luego, con extraña lentitud comenzó a revolver el líquido “Esto es todo. Ya puedes retirarte”


Asentí avergonzada, pues no debía ser muy intuitiva para darme cuenta de que lo había sacado de sus pensamientos, y había roto la regla numero uno de la casa: no interrumpir al señor cuando trabaja en su biblioteca.


Las siguientes semanas que siguieron fueron bastante parecidas. Limpiábamos la casa durante el día, lo cual era bastante difícil, pues era muy grande y tenia la molesta costumbre de acumular polvo en los lugares más inauditos.


Cada noche que le llevaba el té, la cajita musical seguía sonando exactamente en el mismo lugar en donde había estado la primera vez. El señor parecía extraído de la realidad, totalmente centrado en sus pensamientos y  en aquella melodía tan particular.


Un día en que junté el suficiente valor le pregunté si era una reliquia familiar. El me observó por unos instantes, y yo me sentí tremendamente desubicada, pero para mi sorpresa él no se molestó; sino que simplemente cerró la cajita y la dio vuelta. En la base, en letra pequeña y apretada, había grabado un nombre: Verity.


Me dijo que era su esposa, y como no había visto ninguna mujer aparte de las mucamas, supuse que ella ya había muerto. Me dijo que, como yo ya habría notado, todas las noches abría la cajita para escuchar su melodía. Le pregunté entonces-y no se confundan, fue con gran prudencia- por qué razón lo hacia.


Él me contestó:


“A Verity le encanta esta melodía. Se angustiaría mucho si no pudiera escucharla todos los días”


No volvimos a hablar durante semanas, ya que se pasaba todo su tiempo encerrado en la biblioteca. Leyendo, escribiendo cartas, y sobre todo, escuchando esa melodía noche tras noche. Todos concordábamos en que era un milagro que siguiera tan lucido.


Las mucamas me dijeron una vez que tenia hijos, pero que ya no venían a visitarlo; y tras la muerte de su esposa se encontraba muy solo.


“Es una melodía muy hermosa señor” le dije en una ocasión, luego de dejar su té sobre la misma mesa de siempre.


“¿Lo es, verdad?” él asintió “Verity la adora. Su padre se la regaló cuando ella era apenas una jovencita. Es una reliquia muy querida para ella”


Cuando llegó el invierno comenzamos a entablar conversaciones más largas; sobre todo de literatura y filosofía. Yo no entendía nada de eso, pero me conformaba con escuchar mesmerizada sus interesantes y únicos puntos de vista, y sus increíbles anécdotas de juventud.


“Me recuerdas a ella” dijo una noche, mientras terminaba su té “tienes el mismo color de cabello. Verity odia su cabello rojo, pero a mi me parece de lo más elegante y original”


Yo no supe que decir, y me limité a sonreír y a volver a llenar su taza.


Toda la servidumbre parecía haberse acostumbrado al peculiar ritual nocturno del señor, y  cada vez que yo mencionaba algo al respecto, se limitaban a encogerse de hombros y a decir


“El señor está muy solo últimamente”


Los meses siguientes fueron muy callados. Las mucamas corrían de aquí para allá sin siquiera hablarse, y el señor pasaba casi todo el día encerrado en su biblioteca, y solo abría las puertas para dejar pasar el té de la noche.
De vez en cuando, él murmuraba algo desde su sillón, como para hacer ver que aun continuaba vivo:


“Verity adora la nieve. Aunque espero que la nevada no empeore o tendremos que sacar la nieve de la entrada al amanecer”


“Oh, no se porque le hago caso a Verity, este libro ha resultado de lo más aburrido. Desde luego que ella no conoce aún mis gustos”


Un día en el que la curiosidad fue más fuerte que yo, finalmente le dije:


“Disculpe mi atrevimiento ¿Pero dónde está Verity?”


El simplemente sonrió, como si le hubiera contado un chiste “Verity se ha ido, pero no tardará en regresar. Ella siempre regresa antes de que anochezca”


Y con eso nuestra conversación terminó.


Pasaron semanas sin que ninguno de nosotros lo viera; pero finalmente, el último día de Julio fue mi turno de llevarle el té de la noche. Lo encontré sentado en su sillón habitual, mirando fijamente las llamas de la chimenea. A su lado, la cajita musical llevaba sonando unos cuantos minutos.


“Señor, aquí le traigo su té”


El tardó un poco más de lo normal en contestar, y su vista no se apartó de las llamas hasta que yo no repetí la frase por segunda vez. Entonces levantó los ojos verdes y me miró por fin como si me reconociera.


“Verity” murmuró con la satisfacción de un niño que ha encontrado a su madre “al fin has vuelto. Veo que tu cabello sigue tan rojo como siempre. Ven, ven ¿recuerdas esta melodía?” señaló a la cajita musical “te ha estado esperando”.
Yo, sin saber que hacer y ante mi sorpresa, tomé asiento en el sillón que se encontraba a su lado. Él mientras tanto había tomado la tetera con sus arrugadas manos.


“¿Ha estado esperando mucho tiempo señor?” sentí el sonido salir apenas audible, como un susurro.


El señor sonrió con una nostalgia tan imponente que un nudo se formó en mi garganta.


“Mucho más de lo que te imaginas”


Y continuó sirviéndose té.

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